domingo, 25 de noviembre de 2007

OSCAR VICENTE CONDE




EL HOMBRE DE LA VENTANA

Los años, aunque no muchos, han transcurrido implacables. En su rostro están las marcas de un pasado fatigoso y el color encarnado que deja el alcohol. Sus ojos atesoran viejas imágenes. Todo en rededor es un paisaje inexistente para su soledad. Viste siempre el mismo saco azul y ajado, en extraña simbiosis con su presencia. En el ojal de la solapa un clavel blanco, siempre puro y nuevo. Lo cambia, sugestivamente, todos los días. Por las tardes llega hasta el viejo bodegón y se sienta junto a la única ventana que da a la calle. Siempre la misma mesa. Los parroquianos saben que esa es "su mesa".
Es como una institución en el lugar. No conocen su historia ni su nombre. Son jóvenes como para saberlo. Quizá el dueño del local, ya viejo, pueda tener algún conocimiento. Jamás ha mencionado algo al respecto. Aunque en verdad, no podría decir con exactitud cuando comenzó este hecho.
El señor de la ventana toma varias copas de coñac, silencioso y pensativo. Quince minutos antes de cerrar el negocio, generalmente a media noche, se retira. Un rito que cumple diariamente desde hace mucho.
Ni las inclemencias del tiempo han logrado quebrarlo. Nadie indaga ni demuestra el mínimo interés. Simplemente lo incorporan a la geografía del recinto.
Una tarde llega al bar y lo encuentra cerrado por duelo. Un descuidado cartel informaba el fallecimiento de la esposa del dueño y el lugar del velatorio.
El hombre se sienta en el umbral. Hay en el una mezcla de tristeza y bronca.
Como si cumpliera con el rito diario, se incorpora quince minutos antes de media noche y cansinamente comienza a caminar. Deambula por infinitas calles. Se sienta en el banco de una plaza hasta avanzada la noche. Es evidente la desazón y angustia. Desea hacer algo pero su conciencia lo bloquea. Es una desigual lucha con su ser interior. Sin saber como, saca fuerzas, y decide hacer lo que su corazón le indica. Se dirige al velatorio. Entra a la sala, como si estuviera vacía. Decididamente avanza hacia el féretro. Se detiene a los pies del mismo. Retira el clavel blanco de su solapa y lo deja sobre las manos de la extinta. Se retira cabizbajo mientras recita incansablemente: ¡Tantos años esperando!

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