sábado, 24 de noviembre de 2007

SERGIO MINORE



ALMA



Se volvió un pasillo angosto,
de baldosas desparejas,
de paredes desgarradas
por el tiempo y la humedad.
Un lugar insolente a la mirada,
donde la lluvia
moja las pocas plantas
que crecen
en viejas latas de pintura.
Se volvió un pasillo angosto,
donde de vez en cuando
- cuando no le duelen los riñones -
una vieja señora gorda
arrastra lentamente sus chancletas
para acercarse a encender
una vieja lamparita
que cuelga de una telaraña negra
y luego se vuelve a su casa,
incapaz de sentarse un rato
bajo ese ínfimo techito,
que no la cubre del agua.
Sienten pudor de pasar por ahí
hasta las ratas del galpón,
hasta las polillas, hasta la mugre
que empaña el aire.
Se volvió un lugar inhóspito,
un desierto en pleno Buenos Aires,
un agujero
en la pared de la noche.
Se volvió un pasillo angosto,
un pasillo que comunica
el hogar dulce hogar de la envidia
con una casa tomada por los gitanos,
pero eso sí,
ni siquiera uno de ellos
se anima a pasar
siquiera corriendo ebrio por ahí.
Sólo, de vez en cuando,
la señora gorda
se preocupa de ir
a encender la vieja lamparita,
no vaya a ser cosa
que se queme
y que nadie más,
nunca más,
bajo ningún pretexto
pueda llegar a afirmar
que ese pasillo angosto
alguna vez fue un alma,
mi alma.


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