domingo, 8 de junio de 2008

RAÚL ASTORGA

EN SUEÑOS

No importa, le dijo. No importa que ya no te guste demasiado, prosiguió. Al fin y al cabo, nos conocemos de toda la vida, aunque ni siquiera nos hayamos besado en la boca alguna vez, por esas cosas extrañas de la amistad entre el hombre y la mujer. Dale, ya entraste en mi sueño, y yo te necesito, repitió. Toda mi vida esperé tener un sueño así. Porque los sueños no se eligen. O no te pasó de estar soñando con una chica espectacular, te despertás por el ruido del gato y cuando querés volver... no podés. Sí, te pasó, sé sincero. Sabés que siempre soñé con ser Esmeralda. Y vos me contaste varias veces en noches de borrachera y soledad, en mi casa o en la tuya, que soñabas y soñabas permanentemente con avanzarme. Me lo decías en broma, para ver si yo te daba el gusto. Claro, ahora te tomás revancha. Ahora recordás cuando yo venía a contarte acerca de algún chico que me gustaba. Yo veía que no lo tomabas demasiado bien, pero pensaba que querías protegerme, como a una hermanita, qué sé yo. No te hagas rogar. Ayudame, te necesito. Ya estás en mi sueño, y sólo durará hasta despertar, pero quedará para siempre en mi memoria. Siempre soñé con ser Esmeralda. Y vos me contaste alguna vez que esperabas un sueño con Gatúbela. Nos reíamos de ese sueño, pero si alguna vez se te da, yo estoy dispuesta a ayudarte. Ya olvidaste aquella noche del baile de disfraz en el boliche de La Florida, cuando terminamos la secundaria. Nos quedamos solos hasta que vimos asomar el sol desde la playa sucia, entre latas de cerveza aplastadas por el tiempo, y servilletas de papel usadas, y nuestras inocentes ganas de charlar juntos acerca de otros chicos y chicas que nos habían impactado esa noche. Vos estabas de Batman y yo de Gatúbela pero, como el de la tele, no me tocaste un pelo. Cómo es eso de que ya no te gusto demasiado. Si tres veces me dijiste que... Ya está bien, va a amanecer, por favor, necesito a ese Quasimodo que hiciste en aquel cumpleaños que le festejamos a Dani. Sólo tenés que tocar las campanas, mientras mi príncipe me abraza y me besa con pasión. Ni siquiera importa que no me quieras más, es sólo un favor de amigo el que te pido. Ya amanece, ya amanece, gimió ella con recurso melodramático.
Él se despertó, se lavó la cara, fue hasta la cocina del departamento para prepararse un café. Con el pocillo en su mano, el humo en ascenso lento hacia el infinito,se asomó a la ventana. Contempló el campanario de la catedral, y recordó que se había venido a Liverpool, no por ese trabajo como le dijo a algunos, sino para olvidarla.

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