sábado, 7 de febrero de 2009

PATRICIO RAFFO


En ocasiones pienso en irme. Dejar todo: irme.
Romper el útero de la vida y nacer hacia la muerte que todo lo sella.
Nacer hacia una muerte blanca
en la que se petrifique la memoria como un mármol tan tibio como inalterable.
Nacer hacia lo perenne del haber sido, de la belleza de lo que hubo de transcurrir.
Desvanecerme en el aire como un humo de la vida entre las llamas,
un humo que huela a lo que amé. Irme sin aviso.
De pronto pero suavemente. Irrefrenablemente perfumado.
De ser así, de ocurrir el irme, es probable que
algún periódico se ocupe de la desaparición, que se hable del tema,
que se especule con razones que irían desde lo económico hasta los fracasos de amor;
como si existiesen esos tipos de fracasos
por los que brinda tanto mi amigo cada vez que descorcha un buen vino;.
Inclusive, estaría en algunas bocas considerar,
como un motivo válido de la desaparición,
cierto estado de melancolía que me es reconocido
por quienes están cerca de mí: habrán de especular con que no supe controlarlo:
que los jazmines de diciembre fueron el fuego que hizo de mí
el humo en el que inexorablemente fui convirtiéndome hasta desvanecerme.
Nada creas. Nada de eso habrá de ser cierto.


-Rosario, Santa Fe-

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